Hagamos teatro fascista.
En septiembre de 2012, tuve el placer de participar en la edición XXXIV del Festival Internacional de Teatro de Manizales, Colombia, con la puesta en escena de «Siglo XX que estás en los cielos», una adaptación mía del texto original de David Desola.
La obra del dramaturgo catalán construye un encuentro metafísico entre dos jóvenes muertos prematuramente, ambos representantes de dos generaciones paradigmáticas de la historia del siglo XX español: la guerra civil y el boom de la heroína en la «movida madrileña». En la adaptación o «mexicanización» (aventura que emprendí con la venia de Desola, no únicamente por mis polainas) los personajes son parte de dos dolorosos fenómenos sociales del siglo XX mexicano: la masacre de estudiantes en Tlatelolco, 1968 y la ola de feminicidios de la década de los 90 en Ciudad Juárez.
Se trata, por donde se vea, de una propuesta teatral decididamente política, y que frecuentemente incomodó a no pocos espectadores mexicanos por abordar temas tabúes de nuestra historia inmediata, desde un enfoque anti solemne, irónico, irreverente y que plantea muchas más preguntas que respuestas.
Hoy vivimos en México una nueva forma de dictadura, la dictadura cultural de la estupidez y de la frivolidad
Nos fuimos a Manizales (un festival que reúne dramaturgias contemporáneas y teatro independiente latinoamericano) y encontramos variadas e interesantes similitudes en las búsquedas, inquietudes y métodos que hemos aplicado en el Colectivo Puño de Tierra y la oferta de otros grupos de teatro de nuestro continente, una nueva forma de entender el teatro político.
Dentro de las actividades del festival, me invitaron a dar una charla, junto a otros directores, sobre “teatro y juventud en América Latina”. Durante la charla, Gabriel Calderón, un colega uruguayo, comenzó a hablar de un concepto que llamó poderosamente mi atención: “El teatro facho”. Definitivamente coincidíamos en la gran mayoría de nuestros conceptos políticos (es raro encontrarse con teatreros que no simpaticen con ideologías liberales o de izquierda) y ese era el principio de su idea fascistoide.
Gabriel Calderón
En el acto III de “Hamlet” sucede una escena paradigmática para entender la función política del teatro y su capacidad como revulsivo social a lo largo de la historia. En esta escena, se representa la comedia que Hamlet ha preparado para evidenciar, en la ficción, el crimen cometido por Claudio, rey espurio que usurpó el trono. Es esta la esencia del teatro de denuncia (y del teatro político como es entendido comúnmente); el problema del teatro político de nuestros días es que Claudio no suele asistir a nuestras representaciones y las salas del teatro en realidad están llenas de Hamlets (en el mejor de los casos, porque con demasiada frecuencia están vacías del todo).
El llamado teatro de denuncia latinoamericano, ha tenido que reinventarse porque la denuncia se ha vuelto estéril. La función social que ejercía el teatro ante la censura y represión (en cualquiera de sus facetas) no puede ser la misma frente a la simulación democrática y la aparente libertad de expresión que el sistema económico y político hegemónico nos ofrece. El enemigo ha cambiado su máscara y la trinchera de los teatreros políticamente activos no puede ser un lugar catártico en que el espectador va a confirmar que hay ciudadanos afines y sale confortado, listo para seguir el curso de su vida.
Hoy vivimos en México una nueva forma de dictadura, la dictadura cultural de la estupidez y de la frivolidad. Por ello debemos apostar por el teatro fascista, que ofenda, indigne e incomode al público teatral, para que salga de la sala con interrogantes y así contribuir a la generación de una ciudadanía activa y crítica.
En el próximo septiembre volveré a Manizales, con los compañeros del Colectivo Puño de Tierra, y procuraremos aplicar los principios teóricos del Teatro Facho a la nueva producción que estrenaremos en el festival: “La Nieta del Dictador” también de Desola.
Por acá les cuento cómo nos va…
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