Ciudad de México, cuerpo sin órganos, escenario y estrado en espera de un nuevo llamado. Será el segundo, será el tercero. Siempre lista, caracterizada, ataviada con luces, y quebrados adoquines. La función comienza, reflectores marcan posiciones, el proscenio vacío. Su protagonista se descubre al espejo. Se observa con cicatrices como cráteres lunares. Se descubre siempre, como aquella primera vez tras un profundo entramado de olvido, recuerdos en sepia y anécdotas al habla.
Restaurada, en constante construcción, se reafirma en su auto adaptación. Se niega y reniega, Se reinventa.
Son millones los que habitan como células en un tejido orgánico. Tan anónimos sus ocupantes como las membranas que conforman aquella unidad fundamental de los organismos vivos.
Lugar común, como bastidor ansioso que cuida del vértigo anónimo. Le custodia cuando el histrión sin rostro se lanza al vacío de la representación originaria. El salto al encuentro de lo cotidiano y lo fundacional.
Ciudad de México, “La región más transparente” te llamaron, “aquí caímos” dijeron. Aquí esperamos, pensamos. Al llamado definitivo, al tercero, al que marca el comienzo. Y así sin mirar, como aquel dios que no temió a la brasa calcinante del fuego, nos arrojamos.
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