Palabras pero no lenguaje

Palabras

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Siempre ha sido un buen momento para decretar la muerte de la poesía o al menos para diagnosticar la crisis en la que se encuentra. Después de todo la fatalidad es algo que nos seduce. La sola imagen de lo frágil, de lo efímero y de lo que está al límite evoca el componente esencial de la belleza, mucho más allá de la mera superficie y la apariencia. Es por eso que quizá no hay un punto donde lo bello sea más sublime que en el último centímetro del precipicio. Quienes afirman que el arte está en fase terminal lo hacen con la mente puesta en otro tiempo. Esa persona dice: la poesía es bella, pero agoniza y pronto no nos quedará más que saltar al abismo; cruzada la frontera, presionado ese límite, tan solo permanecerá la memoria ante el presente trágico.

Cada generación decretó la enfermedad terminal, y sin embargo los autores siguen produciendo tanto como antes. Parecen exageradas todas las sentencias fatalistas, y sin embargo este hecho de ninguna manera invalida las preocupaciones estéticas que se puedan tener sobre lo que hoy en día se considera como arte. No es fácil cambiar de paradigma y entender que hay formas distintas de sublimar al lenguaje. Antes existían formas muy claras, y los artistas, tratando de empujar las fronteras de su creación, lo mismo basaban sus creaciones en los cánones que hacían lo posible por crear formas distintas. No es que el endecasílabo[1] existiera siempre, sino que este en su momento vino a dotar a la lírica de una nueva forma, acaso más efectiva y profunda que las que antes existían. Si el romance[2], el verso natural de las lenguas latinas, fue una poderosa herramienta narrativa dentro de la poesía, el endecasílabo dio paso a composiciones que reflexionaban sobre aspectos más profundos de lo humano. El soneto no es pues una forma rígida o frívola, sino la invitación a cuestionar nuestra condición.

No es que la vanguardia, el surrealismo y sus urinales vinieran a darle la estocada final a la métrica y así proclamarse como la gran contribución original a la lírica. El verso suelto y el verso libre ya existían mucho antes, remontándose incluso hasta la época del culteranismo de Góngora. El tema tiene mucho más que ver con la idea de la poesía como posibilidad, preguntarse hasta dónde se puede llevar la creación. Ya bien entrado el siglo XX, poetas fundamentales como T.S. Eliot nos ayudarían a responder estas preguntas.

Eliot

Thomas Stearns Eliot, poeta británico que formó parte del Modernismo Inglés.

Si la lírica era solemne ahora se volvería una búsqueda desenfrenada. Al menos eso es lo que terminarían por postular los poetas más ávidos de rescatar el espíritu de las vanguardias, al punto de que su arte se volvería metapolítico. No habría insurgencia si primero no se atacaban a las instituciones y a sus autores encumbrados. El resultado, para desgracia de los insurrectos, en muchos casos, si no es que casi en todos, fue estéril. Ejemplos hay tantos que no sería difícil encontrar uno en cada periodo de la historia. En lo referente a América Latina bien podríamos pensar en Hora Zero, de Perú, y años más tarde los infrarrealistas mexicanos, caso tragicómico este último en el que fue la obra narrativa de uno de sus autores la que trascendió. Su legado poético a la luz de la literatura universal ha sido escaso, sino es que de muy poca importancia con descargo de lo que ellos proclaman: solo se recuerdan y leen entre ellos y para los demás no son otra cosa que una curiosidad de nuestros tiempos.

No solo la intrascendencia es una de las conclusiones de estos movimientos. En muchos otros casos y de forma por demás paradójica terminarán por ocupar nichos institucionales. Quizá no serán llamados poetas nacionales ni sus obras serán recomendadas por los maestros de secundaria que, desde la comodidad, evocan tres o cuatro nombres inefables, pero estos jóvenes poetas, los más propensos a la insurrección, tendrán asegurado un lugar en determinadas publicaciones e incluso se verán favorecidos en los certámenes literarios.

 

2

Ante un modesto auge que ha tenido cierta poesía joven, sobre todo en las publicaciones de las universidades y en los certámenes literarios enfocados a las nuevas voces, hoy ocupados por los nacidos en la década de los ochenta, vale la pena recordar uno de los más bellos poemas de Tomas Tranströmer: Från mars -79 aparecido en Det vilda torget (La plaza salvaje): 

Cansado de todos los que vienen con palabras, palabras pero no lenguaje

viajé a la isla cubierta de nieve.

Lo salvaje no tiene palabras.

¡Las páginas no escritas se despliegan en todas direcciones!

Me encuentro con huellas de pezuñas de corzo en la nieve.

Lenguaje, pero no palabras.

Cuando la Academia Sueca anunció la concesión del Nobel a Tranströmer afirmó que “a través de sus imágenes condensadas y translúcidas nos permite el acceso a la realidad”. En este poema de gran nitidez el autor muestra su asombro por la belleza del mundo: los rastros de un animal salvaje hablan más de lo sublime que toda la verborrea humana. La poesía de Tranströmer es paradigma de austeridad y concreción. Quien se sumerja en las obras del escritor sueco difícilmente hallará elementos ociosos en sus versos. Sus imágenes son precisas y sus metáforas, la mayoría sorprendentes y de gran belleza, llegan en su justa medida. Es tan así que incluso la producción que Tranströmer logró en vida hasta antes de accidente cerebrovascular, que lo dejaría con afasia y la mano derecha paralizada, es reducida: apenas trece libros, la gran mayoría compuestos por una veintena de poemas.

TomasTranströmer

Tomas Tranströmer. Premio Nobel de literatura, 2011.

Parece ser que, tal y como recordaba su amigo y también poeta Lasse Söderberg, daba la impresión de que, haciendo el promedio entre edad y versos, Tranströmer escribía uno o dos poemas al año. Quizá lo cierto es que había una dosis saludable de pudor y modestia en él. En definitiva, para el sueco la poesía no se trataba de vomitar todas las palabras que se le venían a la mente. Él entendía que la labor del poeta es necesariamente la de un orfebre del lenguaje.

Al analizar el primer verso, «cansado de todos los que llegan con palabras, palabras pero no lenguaje», el autor también nos remite a los abusos del lenguaje. En ese sentido es inevitable pensar en todos los casos de escritores tan retóricos como intrascendentes que hoy en día ocupan los pequeños nichos institucionales mencionados en la primera sección de este texto, jóvenes cuyas letras aparecen publicadas en revistas universitarias u oficiales, ganadores de muchos de los certámenes, y que se escudan detrás de la bandera del vanguardismo, del atrevimiento, de la transgresión y del abandono de la solemnidad para justificar sus obras.

No es difícil sentir la tentación de decretar una vez más la muerte de la poesía cuando se ven textos como el siguiente:

Suena2

El texto anterior, escrito por Karen Villela, ganadora del Premio Elías Nandino 2013, resume muy bien el estado actual de la poesía. Carmina Estrada, la editora de la revista Punto de Partida, editada desde 1966, calificaría las letras de Villela, así como las de muchos de sus contemporáneos de los ochenta, como exponentes del “posvanguardismo”[4]. Ya la categoría se antoja artificiosa, pero bien puede englobar las más variadas expresiones de los jóvenes que se asumen como renovadores de las formas poéticas.

sueño que soy un átomo o una mitocondria alrededor de mí los libros se sacuden el polvo por sí mismos el ventilador de mi cuarto es un calamar negro.[5]

La imagen cefalópoda que Lauri Dueñas propone remite también al hecho de que encontrar definiciones adecuadas se vuelve especialmente difícil. Muchos renegarán del posmodernismo de Estrada, se asumirán quizá como simples autores posmodernos e incluso neoposmodernos, o quizá afirmarán que han trascendido los conceptos. Mientras intentamos desentrañar la estética de nuestros años encontramos en los neopoemas referencias a las nuevas formas de comunicación:

búscame en google

sí, quizá encuentres uno de esos cuates

triple w punto ache-o-mónimo ponto negativo

uno de esos tipos

a los que habré de toparme uno de estos días

para decirle chócalas[6]

 Y uno quizá, como sugiere Daniel Malpica, se dará cuenta de que se puede intentar hacer una poética de nuestros tiempos en los que las fronteras entre humanos son cada vez más difusas. ¿Qué mejor manera que apelar a la omnipresencia de Google para reafirmar que existen muchos como nosotros?

No solo eso. También hay voces de la alterneopostmoral, que a través de la sublimación de los versos, buscan alertar sobre el vacío metaexistencial hombre, tal y como sugiere Esther M. García:

No pienses,

la televisión y el YouPorn

lo harán por ti

y gratuitamente te harán famos@[7]

 Claro está que si la concatenación absurda de prefijos poco ayuda a clarificar lo que el autor quiere decir, algo similar sucede con la vacuidad de la propuesta artística de aquellos que creen que la rebeldía representa un valor en sí mismo. Peor aun cuando para muchos de ellos la labor crítica queda superada por sus pretensiones, la relegan al terreno del alegato de los amargados que no pueden dejar atrás los atavismos. Blindados de los posibles juicios negativos, que ellos muy bien saben que recibirán, argumentan que las reglas están superadas, que la solemnidad y las formas son un defecto, que de nada sirve ajustarse a lo que antes creíamos que era la poesía si no podemos llevar la imaginación hasta las últimas consecuencias, que ellos están en la búsqueda de nuevos mundos poéticos, lejos del discurso oficial y tradicional, que a la luz de los nuevos tiempos ya no se puede decir qué es poesía y qué no lo es. ¿Crítica? Eso es de reaccionarios de las letras.

Bojorquez

Mario Bojórquez, poeta mexicano. [Sinaloa, 1968]

Vale la pena recordar el revuelo que suscitó el ejercicio propuesto por Mario Bojórquez al crear una lista de los peores poemas mexicanos. Afirmaba que él que: «En la escuela aprendimos que todo trabajo literario es susceptible de análisis, aún aquel que se pretenda más riesgoso o experimental, escuchamos ahí de la función poética del lenguaje, escuchamos también del extrañamiento que produce en el lector la lectura de obras literarias, la retórica nos legó un arsenal de procedimientos reconocibles en cualquier texto»[8]. Y remata con algo que terminaría por herir las susceptibilidades de los creadores de poemas arriesgados: «¿Qué sucede cuando nos enfrentamos a un texto que no responde a ningún predicativo de análisis gramatical, estructural, retórico? Quizá nos estamos enfrentando a un texto que no es literatura». El mal poeta  se defenderá: Si alguien dijere que mi arte transgresor no es poesía, sea anatema.

Estos autores han abandonado lo que Tranströmer representa: el poeta como un orfebre de las palabras, o como Bojórquez diría, ellos «son, por lo general, autores conocidos bajo la estética del riesgo, aquellos que creen que arriesgando estéticamente alcanzarán la excelencia». Los que hoy dicen que sus textos no pueden ser juzgados por los parámetros clásicos de la lírica son los mismos que olvidan que las grandes revoluciones de la poesía partieron del entendimiento de las formas. Convenientemente ignoran que Trilce, de César Vallejo, no podría haber existido sin su referente inmediato anterior: el poemario modernista, de métrica clásica, Los heraldos negros.

Aunque la fatalidad es seductora, no parece haber razón para invocarla como si estuviéramos a las puertas de la mayor tragedia del arte. La poesía no está muerta ni en fase terminal. A muchos les reconfortará saber que los libelos de los autores improvisados y pretendidamente transgresores, muy a pesar de sus premios y del apoyo institucional que ostentan, no resistirán la prueba del tiempo. Se quedarán en lo que son: palabras pero no lenguaje.

 


[1] En español el endecasílabo clásico consiste en un verso de once sílabas métricas y con un acento fijo en la sexta y la décima. Existen sin embargo muchas variantes a partir de esta regla.

[2] Composición lírica hecha a base de octosílabos. Solía ser usada por trovadores y juglares para contar historias dada su musicalidad y mayor facilidad de memorización.

[3] Villela, Karen. you’re so fine and you’re mine, prosti, hotline, 900. Punto de Partida. No. 159. 

[4] Editorial de Punto de Partida No. 150.

[5] García Dueñas, Lauri. Mi país es un zombi. 2011

[6] Malpica, Daniel. Se escribe con X. Punto de Partida. No. 159

[7] García, Esther. La doncella negra. 2010




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