Perversiones de la imagen. Lo veo y, ¿no lo creo?
A lo largo de la historia de la humanidad el poder de las imágenes en función de un adoctrinamiento ideológico, principalmente político y religioso, ha sido el arma más eficaz de los sistemas dominantes del poder. Esto debido al preponderante analfabetismo de los sectores sometidos, además de una sólida configuración de referentes visuales que han construido la cultura icónica que actualmente prevalece en nuestra sociedad.
La creencia sobre un hecho o situación concreta, es comúnmente determinada por la efigie, cuya influencia es constantemente reafirmada por los medios de comunicación, herederos de la estampa religiosa y el lienzo histórico nacionalista. Desde esta perspectiva, la certidumbre puede entenderse como la firme convicción sobre la existencia o realización de algo. Ejercicio de subordinación ideológica donde el fiel restringe su libertad de acción y pensamiento en función de una determinación arbitraria. La veracidad de una proposición es condicionada a la sustentabilidad de los hechos referidos. De modo que, cualquier tesis que fuera en contra de una certeza epistemológica sería convencimiento falso por tanto, un engaño.
En febrero de 1948, el líder comunista Klement Gottwald salió al balcón de un palacio barroco de Praga para dirigirse a los cientos de miles de personas que llenaban la Plaza de la Ciudad Vieja. Aquél fue un momento crucial de la historia de Bohemia. Uno de esos instantes decisivos que ocurren una o dos veces por milenio. Gottwald estaba rodeado por sus camaradas y justo a su lado estaba Clementis. La nieve revoloteaba, hacía frío y Gottwald tenía la cabeza descubierta. Clementis, siempre tan atento, se quitó su gorro de pieles y se lo colocó en la cabeza a Gottwald. El departamento de propaganda difundió en cientos de miles de ejemplares la fotografía del balcón desde el que Gottwald, con el gorro en la cabeza y los camaradas a su lado, habla a la nación. En ese balcón comenzó la historia de la Bohemia comunista. […] Cuatro años más tarde, a Clementis lo acusaron de traición y lo colgaron. El departamento de propagando lo borró inmediatamente de la historia y, por supuesto, de todas las fotografías. Desde entonces Gottwald está solo en el balcón. En el sitio en el que estaba Clementis aparece sólo la pared vacía del palacio. Lo único que quedó de Clementis fue el gorro en la cabeza de Gottwald.
-Milan Kundera, El libro de la risa y el olvido.
¿Será que alguien nos ha obligado a ser participes de la mentira? Es evidente que no. Sin embargo, el no seguir los cánones de lo establecido nos neutraliza confinándonos irremediablemente al olvido. Además, no olvidemos que la humanidad ha estado inmersa en diversas manifestaciones culturales tendientes al artificio. Teniendo como uno de sus principales exponentes al arte.
Sobre lo anterior, podemos centrar nuestra atención específicamente en la fotografía. Forma de representación que, debido a sus infinitas capacidades de reproductibilidad, puede ser considerado como el modo de producción mediático y, por supuesto, estético más recurrente en la actualidad.
Según Jacques Aumont “el hombre se expresa en la imagen, pero también se siente permanentemente y contradictoriamente tentado de rehacerla como doble del mundo.”[1] Es decir, escenificación de simulacros que, si bien no intentan negar su ilusoria existencia, si pretenden ser lo más verosímiles posible.
Acerca de esto, Susan Sontag afrirma: “que las fotografías sean a menudo elogiadas por su veracidad, su honradez, indica que la mayor parte de las fotografías, desde luego no son veraces […] La noticia de que la cámara podía mentir popularizó mucho más el afán de fotografiarse.”[2]
Entonces ¿la imagen pretende mentir o encubrir? Es probable que ambas posibilidades estén entre sus funciones. Pero, ¿puede ser lo suficientemente objetiva para mostrar una realidad desprovista de influencias externas a ella misma? Sólo desde la voz del anonimato.
De olvidos y despojos. La mirada de Josef Koudelka
Los fotógrafos y los cámaras checos se dieron cuenta de que sólo ellos podían hacer lo único que todavía podía hacerse: conservar para un futuro lejano la imagen de la violencia. Teresa se pasó siete días enteros en la calle fotografiando a los soldados y oficiales rusos en todas las situaciones que resultaban comprometedoras para ellos. Los rusos no sabían qué hacer. Habían recibido instrucciones precisas acerca de cómo debían comportarse cuando alguien les disparase o les tirase piedras, pero nadie les había dicho qué tenían que hacer cuando alguien les apuntase con el objetivo de una cámara.
-Milan Kundera, La insoportable levedad del ser.
El 20 de agosto de de 1968, las tropas soviéticas irrumpen en la capital de Checoslovaquia como represalia por el periodo conocido como Primavera de Praga. Movimiento político, encabezado por Alexander Dubček, que intentaba modificar las prácticas totalitaristas impuestas por el comunismo estalinista imperante en los países de Europa del este.
Cientos de miles de soldados y más de un millar de tanques entraron a la ciudad checa mientras millones de ojos les veían pasar. Algunos con la indignación a voz en cuello, otros con la sorprendida frialdad de una lente.
Josef Koudelka, fotógrafo nacido en Moravia, antiguamente Chcecoslovaquia, en 1938; hace toda una documentación sobre este acontecimiento en su galardonada serie Praga del 68. Trabajo publicado en diversos medios internacionales bajo el seudónimo de “Fotógrafo checo” y sobre el cual intentó capturar gran cantidad de imágenes que mostrasen los hechos tal como sucedieron, permaneciendo en la memoria colectiva gracias a sus fotografías.
Sobre lo último, Koudelka afirma: “los más viejos no quieren hablar del 68 porque lo ocurrido fue una masacre moral. Se comportaron como lo hacen las personas que todo el día tienen enfrente un tanque y no pueden pensar, sólo desean olvidar.”[3]
¿Será que la sociedad checa, y universal, esta enfrentándose a una irremediable perdida de la memoria en la que los más jóvenes desconocen aquellos acontecimientos que los más longevos han decidido relegar?
Milan Kundera declara que “para liquidar a las naciones, lo primero que se hace es quitarles la memoria.”[4] Lugar que Italo Calvino[5] describe como un “depósito de desperdicio donde cada vez es más difícil que una figura sobresalga entra las demás”
Así, el olvido se da mediante el silencio, y es a través de éste que la existencia se apaga. Se sofoca, convirtiendo en polizonte a todo aquel que le incomode. Que ponga en crisis el vacío sonoro de una realidad que no cuestiona. Y es desde la tribuna de los sordomudos que un suspiro reaviva las llamas del recuerdo. Evocando el día en que los checos dejaron de hacer todo.
“La serie de imágenes de la invasión rusa es relevante como documento histórico. […] Las mejores imágenes no son aquellas en las que no importa quién es checoslovaco y quién ruso, sino aquéllas donde una persona tiene un arma y la otra no. Y quién no la tiene es, de hecho, el más fuerte.”[6]
[1] Jacques Aumont , La estética hoy, Madrid, Cátedra, 1998, p. 207 [2] Susan Sontag, Sobre la fotografía, México, Alfaguara,2006, p. 126 [3] Fabiola Palapa Quijas, “Josef Koudelka documenta los días en que los checos dejamos de hacer todo” en La jornada, México, viernes 3 de abril de 2009, p. 5 [4] Milan Kundera, El libro de la risa y el olvido, Seix Barral, Barcelona 1982, p. 227 [5] Italo Clavino, Seis propuestas para el próximo milenio, Siruela, Madrid, 2001, p. 98 [6] Fabiola Palapa Quijas, Op Cit, p. 5
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